Un hospital oncológico en la ensenada de Punta Inglesa desarmoniza con la arquitectura de su paisaje natural, desenfoca la memoria colectiva y deprimirá el espíritu del barahonero.
Los barahoneros han reaccionado como pueblo, como barahoneros, y valga la redundancia, ante el sorpresivo anuncio de que el Hotel Guarocuya ha sido entregado al Estado, por parte de sus arrendatarios, para convertirlo en un hospital oncológico.
Rechazo total de la sociedad barahonera, no por lo del hospital oncológico, sino por la enajenación de ese patrimonio histórico vinculado a los inicios incipiente de un turismo que balbuceaba en el país y que en Barahona se construyó como el segundo hotel de costa, de playa, del país, y que, con el paso del tiempo, fue formando parte del alma barahonera.
Barahona ha visto languidecer su memoria patrimonial con la desaparición de muchos de sus entes culturales tangibles de los que se sentía orgullosa, con los que se identificaba, patrimonio que poco a poco le han ido enajenando.
El Hotel Guarocuya fue construido en Punta Inglesa, una ensenada natural de belleza infinita y llena de románticos recuerdos, que, junto al antiguo malecón destruido en el 2002, formaba el cordón romántico en el que el espíritu del barahonero se sublimaba al contemplar en éxtasis los amaneceres y atardeceres de Barahona.
Sólo voces aisladas han favorecido al hecho que se define como un “despropósito”.
Organizaciones comunitarias, sociales, personalidades, el pueblo, en sentido general, no sólo de la ciudad de Barahona, sino de toda la provincia han expresado su oposición a lo que han considerado como un “despropósito” y de “barbarie”.
El Hotel Guarocuya fue durante largo tiempo el más emblemático y famoso del sur, construido por Rafael Leónidas Trujillo en 1956, en el marco de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre celebrada en 1955, como residencia suya cuando visitaba la ciudad, con una habitación tipo Suite privada de su uso personal.
En la actualidad esta suite se mantenía como museo con todas sus pertenencias dentro, pero que los huéspedes podían alojarse en ella.
De los cuatro hoteles del Estado que fueron construidos en la región sur por Trujillo en la década de los años ´50 fue el más grande con 26 habitaciones seguido por el Maguana, en San Juan, con 24 habitaciones.
Fue construido con un modesto diseño, concebido como un hotel de costa, de playa, para incentivar el desarrollo turístico de una región con condiciones naturales suficientes para su explotación, según explica José Enrique Del Monte Soñé (2020) en su artículo “Los primeros grandes hoteles en República Dominicana.
En sus inicios la calle que daba acceso al Hotel Guarocuya era muy estrecha, por lo que se hizo necesario ampliarla, construyéndola de dos vías, y, posteriormente, en 1959, el Presidente de la República, Héctor Bienvenido Trujillo Molina, nombró mediante decreto a la calle como avenida Enriquillo.
El criterio que prevaleció en su construcción, además de ser hospedaje de dictador, fue el de hotel de ciudad que, además de ofrecer los servicios esperados, pretendía enviar un mensaje de progreso y modernidad a la sociedad dominicana.
Tania Molina (2017) en su artículo “Los nuevos “dueños” de los hoteles estatales” citando a Bolívar Troncoso, especialista en turismo, expone que, si bien Trujillo construyó grandes hoteles, los tuvo a su servicio y el de su séquito como estrategia geopolítica de control del territorio. En cada uno el tirano tenía una suite presidencial.
El Hotel Guarocuya se convirtió con el tiempo en el símbolo hotelero de Barahona envuelto y flanqueado por la tradición y las elucubraciones, fábulas y leyendas, que siempre han estado en el imaginario popular sobre los misterios o enigmas no resueltos de Punta Inglesa.
La majestuosidad de su construcción armonizando con la infinita belleza de Punta Inglesa, una ensenada natural, y la exuberancia de sus dos manglares, el aire con olor a sal y a pescado y el sonido de las olas del Mar Caribe hicieron de este lugar el ideal para que el barahonero se refugiara en la contemplación placentera de su inigualable belleza.
Hoy les dicen a los barahoneros que todo eso dejará de ser, que ese hotel de tantas vivencias, será un hospital, un hospital oncológico en la ensenada de Punta Inglesa que desarmonizará con la arquitectura del paisaje natural, que desenfocará con la memoria colectiva y deprimirá el espíritu del barahonero sumergido en las añoranzas de los amaneceres y atardeceres de un sol cobrizo surgiendo allende los mares y escapándose tras las sierras del Bahoruco.
Con la desaparición del Hotel Guarocuya pasará al olvido en la psiquis social e individual del barahonero, un símbolo de su patrimonio histórico que debió de conservarse.
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