Las Cachúas en Conflicto (1-7) - Campesino Digital

Notas:

miércoles, 16 de abril de 2025

Las Cachúas en Conflicto (1-7)



Por Werner Féliz

Tal como he realizado en los últimos años, escribir sobre Las Cachúas, hoy inicio una serie de 7 artículos, en los que trataré de aproximarnos a los conflictos de Las Cachúas y la forma como, poco a poco, se ha impactado la tradición, al punto de la asunción de esfuerzos continuos para que se preserve en sus características e integralidad. 

Las tradiciones y rituales de Las Cachúas eran particulares. Durante décadas, Estas recorrían el pueblo desde el sábado santo, a las 10 de la mañana, hasta el Domingo al caer la tarde. En 1956, por disposición de las autoridades, fue prohibido que la gente se disfrace el sábado, en razón del cambio de la celebración católica de la resurrección de este último día al domingo. Los detalles de ese día no han llegado hasta nosotros. Pero este conflicto fue subsanado al agregar el lunes a la celebración, en ese mismo año de 1956. Ese lunes, 2 de abril, después de la Semana Santa, se celebró el Corso Florido en Santo Domingo y fue declarado día no laborable. Las Cachúas enfrentaron el conflicto de perder el sábado al agregar un día, el lunes, lo que ha perdurado hasta la actualidad.  

Durante decenios, Las Cachúas recorrían el pueblo con sus trajes de mameluco a cuerpo completo, alas, su fuete y su careta simbólica: pico de cotorra, caimán, hocico de puerco, cara de perro u otras. La década de 1970 comenzó con cambios radicales en todo su accionar. El primer conflicto a que se enfrentaron Las Cachúas fue la obligatoriedad de registrarse en el ayuntamiento y recibir un número. El jefe de Las Cachúas, el insigne Alfredito Féliz, fue el primero que se registró a partir de 1969. Este conflicto, que los limitaba y disminuía la participación, fue sorteado poco a poco. Los registrados a partir de 1970 fueron disminuyendo, hasta perder la efectividad de la ordenanza solo pocos años después. 

La década de 1970 trajo su propio conflicto: las caretas de tela, las mantas y los disfraces de dos partes (cortinas). La tradición se enfrentó al asedio de la aculturación impulsada por el cine, sin embargo, se adaptaron y lograron sobrevivir. Con el tiempo, no se han podido sortear definitivamente las mantas ni las caretas de tela, pero si poco a poco, se han separado en la comprensión de la esencia y se ha creado una subcultura dentro de las celebraciones de Las Cachúas, con sus propios códigos y su propio y disímil comportamiento, que analizaremos.

Las décadas previas a 1990 transcurrieron con unas celebraciones de Las Cachúas que se mantenían con poca evolución, casi detenidas en el tiempo. Los paseos por el pueblo, los latigazos en las piernas a los conocidos, la colecta de dinero, la música local, los bailes, las bebidas y los cruentos enfrentamientos con los civiles por el control del espacio y el juego de poder, caracterizaba los tres días de celebraciones. 

La lucha entre cachúas y civiles era épica, con insinuaciones de parte y parte, con rabia y valentía. Las Cachúas desde el parque, los civiles sobre el ayuntamiento o en otros lugares. Los cuerpos cortados por el rudo látigo era la señal de aquella batalla, pero ninguno era herido por cuerpos extraños adheridos a los fuetes ni cargaban con enemistades que traspasara la tarde. El pueblo disfrutaba de aquella rivalidad y no se escenificaban mayores contratiempos. La normalización de esa violencia formaba parte de la esencia cultural, en la que el flagelo significaba la purificación y del triunfo de Las Cachúas -los buenos- sobre los civiles -los malos-.

El poder del fuete, la resistencia, la valentía, la euforia, el dominio espacial y el sentimiento único de pertenencia cultural, resaltaba por sobre atisbos de violencia. Aquel accionar conjugaba todo el sentimiento colectivo vivificado, que se volcaba en identidad local. No se necesitaba comprenderlo, ese enfrentamiento era ser parte de la festividad, era ser cabraleño.

El conflicto vino de la mano con la lejanía y el rechazo de los no identitarios, que le llamaron violencia, rudeza y brusquedad. Ese juego colectivo comenzó a ser visto con salvajismo y comenzó a permear en toda la celebración. 

En los años siguientes el conflicto se hizo más colectivo en otras esferas sociales. La iglesia católica veía a Las Cachúas como un evento cultural asociado a la resurrección, rituales de libertad y recordatorio y sufrimiento ante la muerte. Los miembros de otras religiones, otrora indiferentes, comenzaron a operar abiertamente contra la manifestación, en un ataque sistemático y constante que ha perdurado en el tiempo, llamándole a la expresión cultural ritos satánicos. El fanatismo religioso los ha llevado a oposiciones abiertas en calles y lugares públicos, así como prohibiciones concretas a sus miembros, lo que, resultado de la proliferación de iglesias en todo el pueblo, cargada de jóvenes feligreses, ha excluido a niños y jóvenes del evento cultural.

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