El cerebro humano experimenta diferentes cambios a medida que envejecemos, hasta en la forma en que se traduce su ADN. Un nuevo estudio publicado en la revista Frontiers in Psychiatry realizado por investigadores de Alemania y Canadá reveló que esos cambios pueden acumularse a un ritmo más acelerado en las personas con el trastorno por consumo de cocaína.
La cocaína es una droga estimulante y adictiva elaborada con las hojas de la planta de coca, nativa de América del Sur. Más de 21 millones de personas consumieron ese psicoestimulante en el mundo en 2020. Durante la última década aumentó la tasa de hospitalización.
Al ser consumida, la cocaína aumenta los niveles de dopamina, un mensajero químico natural o neurotransmisor, en los circuitos del cerebro que participan en el control del movimiento y la recompensa.
El circuito de recompensa con el tiempo se adapta a la dopamina extra que genera la cocaína y se vuelve paulatinamente menos sensible a su presencia. El resultado es que las personas pasan a consumir cada vez dosis más altas, según el Instituto Nacional de Abuso de Drogas de los Estados Unidos.
La cocaína es una de las sustancias más adictivas. Interfiere en las vías de recompensa del cerebro, obligando a sus células a seguir emitiendo señales placenteras hasta que desaparece el efecto de la droga. Según estimaciones estadounidenses, una de cada cinco personas que consumen cocaína acaba desarrollando una adicción.
Los científicos tienden a considerar la adicción a sustancias como una enfermedad del cerebro. Cuando se disfruta del sexo, la comida, la música u otras actividades, las regiones del cerebro situadas en la vía de la recompensa se inundan de dopamina que induce placer. El consumo de drogas como la cocaína copia ese efecto, pero hasta diez veces más intensamente.
Sin embargo, los cerebros sanos no están a merced de estas descargas de dopamina: en ellos, el córtex prefrontal sopesa las opciones y puede decidir renunciar a las actividades placenteras cuando no es el momento o el lugar adecuado. Por el contrario, este “control inhibitorio” se ve afectado en el cerebro de la persona con adicción, lo que dificulta la resistencia.
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